Cantabria Infinita Turistificacion Ribamontan al Mar

Turistificación, crónica de un desastre en ciernes.

Cantabria Infinita se está volviendo finita. Pequeña. Y hormigonada.

No solo es Cantabria, ha ocurrido en gran parte del litoral mediterráneo los ultimos 50 años, pero ahora la crisis climática hace emigrar a los turistas hacia refugios mas templados del Norte de España y Cantabria, Asturias y Galicia están en el ojo del huracán.


Lo llaman turismo, pero es otra cosa. Es turistificación: esa metástasis silenciosa que penetra en el territorio, lenta pero implacable, hasta que lo devora.

La desnaturalización del paisaje no es un efecto secundario: es parte central del proceso. Gastar 300.000 € de fondos públicos en hormigonar caminos naturales que no lo necesitaban para que turistas de paso bajen cómodamente desde parkings disuasorios —de asfalto y feo estético— a sus “lugares de rezo y pernada”, no es inversión: es despilfarro. Es mala gestión de dinero público. Es miopía política con visera de sombrilla.

Y no es un caso aislado. Lo vemos en todos los municipios turísticos: turistocracia, el arte de gobernar para los turistas y no para los vecinos.

Ejemplos para una enciclopedia del disparate

Cantabria no necesita inventar problemas: los fabrica sola. Y la turistificación es un producto local de primera calidad.

  • Laredo, pionera en convertir su playa y su paseo marítimo en un catálogo de obras eternas, siempre a tiempo para estorbar en verano y nunca listas cuando no molesta.
  • Santoña, donde la conservación del patrimonio natural convive en armonía con asfaltados innecesarios y pasarelas “para todos los públicos” en entornos que lo último que necesitaban era ser “para todos los públicos”.
  • Santander, experta en eventos paracaidistas: congresos y festivales que duran tres días, atraen a miles de visitantes… y dejan tras de sí una factura pública y una resaca de ocupación hotelera que dura menos que el amor de festival.
  • Comillas, ejemplo de cómo convertir un municipio con historia, arquitectura y encanto en un embotellamiento permanente entre la playa y el Capricho de Gaudí.
  • Liencres, parque natural en papel y polígono industrial de chiringuitos en la práctica, con un sistema de acceso “regulado” que consigue lo contrario: más coches, más ruido y menos naturaleza.

Y si nos ponemos nostálgicos, podríamos recordar cómo en Castro Urdiales, Noja, Liencres, Suances o Isla se abrazó la construcción indiscriminada en los 90 y 2000 con tal devoción que hoy, más que municipios costeros, parecen renderizados de un videojuego barato de urbanismo costero.

La lógica de la postal

Fiestas de verano, exposiciones de verano, cultura del veraneo… y el resto del año: que se las apañen los residentes. El presupuesto se guarda para el visitante fugaz, para que se vaya con la postal perfecta: “¡Qué bonita es Cantabria y qué bien nos han tratado!”.

Mientras tanto, más de 3.000 ganaderías han cerrado en los últimos años y el silencio institucional es absoluto. Se aplaude más inaugurar una rotonda con maceteros “instagrammeables” que abrir un plan serio para revitalizar el campo.

En Noja, por ejemplo, la población pasa de 2.700 a 100.000 en verano. Y cuando los dueños de las segundas residencias llegan, protestan: que si el IBI, que si las papeleras, que si no hay contenedores, que si colas en el súper, que si no hay sitio para aparcar, que si hay algas en la playa… “¡Esto no es vida! ¡Si lo sé, no salgo de Basauri!”.
Ironías del turismo de segunda residencia: venir a buscar tranquilidad y quejarse de que haya más gente… como uno mismo.

Turismofobia: el siguiente capítulo

La turistificación trae consigo su sombra: la turismofobia. Vecinos saturados, visitantes molestos, tensiones sociales. Y todo avanza sin freno, con políticos que se ponen de perfil, actúan como Pilatos y permiten que se destroce lo que precisamente atraía al visitante original: parajes auténticos, cultura viva, paisajes intactos que ahora solo existen en películas o libros.

Modelos turísticos alternativos hay. Muchos. Pero requieren valentía y visión a largo plazo. Y eso, en la política local, no da votos. Lo visceral mueve el voto. Lo inteligente, no.

Cincuenta años de decadencia

En Cantabria, el cortoplacismo se ha vuelto crónico. Cincuenta años de decadencia continuada lo demuestran. Ideas creativas, atrevidas e innovadoras para proteger el territorio brillan por su ausencia.
¿Difícil? No tanto: basta con mirar lo que hacen Francia o Portugal. O ir más lejos: Nueva Zelanda, geológica y paisajísticamente tan parecida a Cantabria, pero con políticas de preservación eficaces.

Proteger el territorio no es un lujo ni una opción romántica: es una necesidad estratégica. Y ese territorio incluye a sus pobladores. A quienes lo habitan todo el año, lo cuidan y lo sostienen con sus impuestos.

No verlo así no es solo un error: es cavar la tumba del propio atractivo que se presume vender.
Y a este paso, cuando queramos reaccionar, el eslogan “Cantabria Infinita” será patrimonio histórico… no porque dure, sino porque ya no habrá nada que proteger.

Referencias de prensa:

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