NETOCRACIA EL PODER DE LA RED QUE DEFINE EL PRESENTE, PERO ESTO SOLO ES UN BLOG

Manifiesto para una sociedad en tránsito

(20 años después de la primera entrada de Netocracia.net)

Si has llegado hasta aquí, probablemente no ha sido por casualidad.

Hace veinte años —que se dice pronto— escribí estas líneas inaugurales sin más pretensión que levantar una pequeña bandera. Una señal. Un mensaje en la botella lanzado al océano digital. No buscaba likes, ni monetización, ni comunidad. Buscaba algo más sencillo y, al mismo tiempo, más ambicioso: una conversación lúcida sobre el tiempo que nos había tocado vivir.

Ya entonces intuíamos que una nueva forma de vivir se avecinaba. Una transformación profunda, no solo tecnológica, sino estructural. Cambios sociales. Cambios económicos. Cambios en la forma de trabajar, de relacionarnos, de comunicarnos, de pensar… de ser.

Lo veíamos venir. Lo sentíamos en los huesos. En 2004 todavía teníamos una cierta ingenuidad. Creíamos que Internet sería una promesa de democratización. Que las redes serían sociales —no extractivas—. Que el conocimiento sería libre y la participación, directa. Que vendría una nueva Ilustración, una conciencia conectada.

Y sin embargo…

Mutaciones inevitables

El cambio llegó, sí. Pero no fue lineal, ni limpio, ni justo. La promesa se cumplió… a medias.

Cambió la economía, claro. Nació la economía del dato, esa nueva alquimia donde tú ya no eras el cliente, sino el producto. Cambió la forma de trabajar: del “empleado de por vida” al precariado global del algoritmo. Cambió la forma de pensar: ahora pensamos en 280 caracteres, escaneamos titulares, consumimos opinión a granel. Cambió nuestra relación con el entorno: pasamos del paseo al scroll, del asombro natural a la dopamina digital.

Incluso nuestra espiritualidad se volvió líquida, fragmentada. No necesariamente menos profunda, pero sí más personal, más interior y menos colectiva. Dios fue reemplazado por el algoritmo. El sentido, por el “engagement”.

Y sin embargo, aún con todo, sigo siendo optimista.

La promesa sigue en pie (pero hay que espabilar)

Sigo creyendo que es posible hacer sociedad de otra forma. Que podemos usar la tecnología como herramienta, no como amo. Que podemos rescatar el pensamiento crítico como antídoto frente al espectáculo permanente. Que aún podemos elegir el humanismo frente al nihilismo funcional de la eficiencia vacía.

Pero hay que darse prisa. Porque hay peligros. Muchos. Y no son nuevos.

El orwellianismo ya no es una distopía literaria. Es una política pública. Es una aplicación en tu móvil. Es la normalización de la vigilancia, el desprestigio del pensamiento autónomo, la censura disfrazada de moderación algorítmica. Es la manipulación emocional a escala industrial. Y lo más aterrador: es el consentimiento acrítico de la mayoría.

Vivimos en la paradoja del exceso de libertad gestionada por máquinas, y de la ausencia de conciencia gestionada por humanos. Una distopía suave, silenciosa. Una distopía de diseño.

¿Estamos preparados?

La pregunta que planteaba hace dos décadas sigue vigente —quizá más que nunca—:

¿Estamos preparados para lo que viene?

¿O mejor dicho: estamos preparados para lo que ya está aquí y no hemos sabido mirar de frente?

Vivimos una época de transición. Y como todas las transiciones, es confusa, contradictoria y cruel. Se están generando nuevas brechas. No solo económicas, sino cognitivas, culturales y éticas. Brechas entre los que entienden el código y los que solo lo consumen. Entre quienes tienen margen de maniobra y quienes apenas tienen margen de error.

En esa encrucijada estamos. De nuevo. Otra vez.

El propósito sigue siendo el mismo

Este blog nació como un refugio —no de certezas— sino de preguntas bien formuladas. Como una bitácora de navegación en aguas turbulentas. Como una resistencia mínima, personal, no violenta, contra la estupidez planificada y el progreso sin alma.

Y a pesar de la distancia temporal, de las pausas, de los cambios en el mundo y en mí mismo, sigo creyendo que pensar sigue siendo una forma de acción.

Así que gracias por estar aquí. Si has llegado hasta este párrafo, quizá tú también sientes que algo se mueve. Que algo debe cambiar. Que aún es posible encontrar sentido en medio del ruido.

Entonces, bienvenido. Esta conversación apenas empieza.

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