La chica de las bragas de algodon

(Remix de un texto escrito hace 20 años. No lo juzgues con los ojos de ahora. Al menos no demasiado.)

?? Este texto fue escrito hace dos décadas. Y sí, ha sido revisado. No por vergüenza del autor —él ya ha hecho las paces con su yo del pasado—, sino por cortesía con el lector. Algunas frases han sido pulidas, otras reordenadas. La emoción se mantiene intacta. Afortunadamente, hemos aprendido algo en el camino.

Escuchaba “Fix You” de Coldplay.
No solo la oía: la sudaba, la olía, la saboreaba. La recordaba. La moría.

En aquel momento, había intentado dar lo mejor de sí mismo. Y se lo había vuelto a encontrar: ese espejo interior que devuelve lo que no quieres —pero necesitas— ver.

Las lágrimas volvieron a recorrerle la cara. Otra pérdida.
Irremplazable. Inexplicable.
Y esa maldita certeza de que no hay marcha atrás.

No podía dormir. Estaba atascado. Pero sonreía.
Sabía que siempre podía ser peor.
Siempre puede ser peor.

Sabía también que su amor —el que daba y el que contenía— era el mejor de los regalos que podía hacerse.
Ese volcán de emociones no venía de la nada.
No era culpa del vino ni del viento del sur.
No era casualidad.

Ese día, como muchos otros, había terminado.
Sí. Había terminado.
Como había empezado: sin pedir permiso.

Y sin embargo, sabía que llegaría al día siguiente.
Sabía que despertaría. Que seguiría.
No por fuerza. Por instinto.
Porque no quedaba otra.

Y quizás —solo quizás— volvería a cometer el mismo maravilloso error.

Quizás volvería a dejarse llevar por esa lucidez luminosa que convierte lo cotidiano en extraordinario.
Esa claridad que revela que cada día puede ser distinto, más brillante, más humano, más absurdo, más esperanzador.

Lucidez que recuerda que uno está vivo. Que no se está aquí solo para sobrevivir. Que hay algo más.
Una vibración interna.
Una energía que se mezcla con lo que comes, con lo que escuchas, con lo que dices, con lo que sientes, con lo que haces, con lo que escribes.
Un haz de luz que, cuando menos lo esperas, se convierte en amor.

Y te golpea.
En la puta cara.

El amor que llega, y que sabes —en el mismo instante— que se irá.
Como el viento sur.

Estaba cansado. Sabía que podría ser peor.
Pero también sabía que las luces lo guiarían de nuevo a casa.
Sabía que ese amor que había encendido sus huesos volvería.
Y que él lo esperaría.
Porque sería el mismo.

Siempre el mismo.
A pesar de los años.
Siempre ahí.

Su amor de algodón.

Lo esperaría. Lo reconocería.
Porque era lo más bello del mundo.
Y sabía que, cuando llegara de nuevo, correría hacia él sin miedo.
Esta vez, no se detendría.
No se dejaría vencer.
No volvería a errar.

Esta vez, su llama brillaría.
Y nadie la apagaría.

Las lágrimas seguían cayendo.
Sí, claro que caían.
Pero el dolor no era en vano.

El dolor desaparecería.
Y cuando ya lo hubiera olvidado —cuando creyera haber cerrado esa puerta—,
un latido lo obligaría a mirar hacia dentro.
Hacia su infierno interior.
Y ese infierno… ya no lo sería.

Algo germinaría.

En esa tierra removida por el llanto, en ese terreno que parecía estéril, nacería algo nuevo.
Y ese día —cuando llegara, sin avisar, cuando estuviese harto de esperar al horizonte— sería maravilloso.

No lo sabría al principio.
Sería apenas un punto verde.
Una brizna solitaria en mitad del barro.

Insignificante.
Desconsolada.
Indefensa.

Al principio.

Pero crecería.

Porque en el lugar exacto donde habían caído las lágrimas, empezaría a brillar algo que no imaginaba.
Algo que haría que todo cobrara sentido.
Algo que lo giraría como planeta alrededor de su estrella.
Y le haría entender que el daño solo fue una razón.
Un camino.
Una grieta por la que entraría la luz.

Y ahí, ahí encontraría lo que había perdido.

Y lo repararía.

Encendería sus huesos.
Las luces lo guiarían a casa.
Y al fin vería su hogar.

Y no estaría solo.

Y no volvería a llorar.

Pero si nunca lo intentaba.
Si nunca se dejaba tocar por esa chispa.
Nunca lo sabría.

Abre los ojos —se diría—.
Abre los ojos y verás las luces detrás del dolor.
Porque más allá del dolor, está el amor.

Y con el amor, comprenderás una gran verdad:

Que todas las chicas tienen bragas de algodón.
Y que las lágrimas, al fin, dejarán de caer.

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