Elecciones en España 2025 o como no votar bien en tu vida de votante

El votante más desafortunado de la historia (o cómo me estrellé elección tras elección)

Aquí yace mi conciencia electoral, sepultada bajo montañas de promesas rotas. Aprendí que en España el voto es como el honor en boca de truhanes: se invoca con fervor y se viola con sigilo. Voté por ideales y recogí escombros. En fin, Dios me libre de certezas, que ya tuve bastantes.

A estas alturas de la película he llegado a una conclusión inquietante: soy el votante más desafortunado de la historia democrática de este país. No es falsa modestia. Es empirismo puro y duro. Aquí os dejo mi travesía política, voto a voto, desengaño a desengaño, desde el 89 hasta hoy.

1989 — Felipe González (PSOE)

Estreno mi flamante mayoría de edad con un voto juvenil, idealista, con ese entusiasmo que luego la vida se encarga de arrugarte. Felipe era el líder carismático, el que traía modernidad, Europa, modernización, chaquetas de pana… y claro, me dejé llevar. Lo que no sabía es que el GAL ya andaba por ahí operando con la discreción de un elefante en una cristalería, y Filesa cocinaba financiación irregular como quien hace cocido un domingo.

Resultado: feliz un rato, luego asqueado.

1996 — José María Aznar (PP)

“¡Basta ya de socialistas corruptos!”, pensé. Y como millones de españoles, me lancé en brazos del bigotín salvador. Aznar se presentó como el gestor serio, el que venía a limpiar España como quien entra a limpiar un garaje lleno de aceite. Prometía orden, seriedad y fin de los chanchullos.

¿Resultado? El PP empezó a oler raro antes de terminar la legislatura. El amiguismo, los pelotazos urbanísticos y el nepotismo venían de regalo con el programa.

2004 — José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE)

El 11M reventó todas las costuras de aquel gobierno. El intento burdo de manipular la autoría de los atentados fue el punto de inflexión. Voté a Zapatero porque me harté del Aznarismo con sotana, los obispos en las calles, los pactos ocultos con poderes de toda la vida, y la política exterior con pies de barro.

¿Resultado? Promesas sociales sí, gestión económica regulín. Pero lo que más me quemó fue ese optimismo bobalicón de los «brotes verdes» mientras todos veíamos el páramo. Otro gol por la escuadra.

2011 — Mariano Rajoy (PP)

“Vamos a probar con el registrador gallego”, me dije. Hombre sobrio, barba decente, cara de notario de pueblo: confianza. España estaba hecha unos zorros, pensaba yo que alguien metódico podía arreglarla.

¿Resultado? Papeles de Bárcenas, sobres en B, y el bochorno nacional de leer a un “M. Rajoy” como comisionista. Nos robaron hasta las ganas de indignarnos. Lo que venía a ser corrupción en diferido, versión premium.

2016 — Pedro Sánchez (PSOE)

Voto a Sánchez con una mezcla de esperanza y hastío. Venía a acabar con esa banda organizada en sede parlamentaria que era el PP. Moción de censura, Gurtel, Bárcenas… Todo encajaba. Y ojo, Cantabria tuvo lo suyo: Bárcenas entró de cuarto en la lista al Congreso por Cantabria, en mi misma papeleta. El destino tiene sentido del humor negro.

¿Resultado? Sánchez se queda, sigue, resiste, pacta, aguanta. No sé si limpiará algo o solo moverá el polvo de sitio.

Moraleja

Votar en España es como jugar al Monopoly con billetes falsos: todo el mundo hace como que gana, pero nadie cobra de verdad. Podría haberme hecho forofo de unas siglas y vivir tranquilo. Podría haber ido por la vida con yugo y gríngolas, cómodo en mis certezas, mirando con desprecio a quien piensa distinto. Pero no. Me dio por pensar.

Si algo aprendí es que en este país el voto informado es como apostar al burro en las carreras de galgos: siempre pierdes, pero al menos te ríes del espectáculo.

Aquí yace mi conciencia electoral, sepultada bajo montañas de promesas rotas. Aprendí que en España el voto es como el honor en boca de truhanes: se invoca con fervor y se viola con sigilo. Voté por ideales y recogí escombros. En fin, Dios me libre de certezas, que ya tuve bastantes.

Que Dios reparta suerte. Justicia ya sabemos quién la reparte.

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